La aventura fue mágica desde el principio. El despertar rodeada de montañas cubiertas por una fina capa de niebla, a un lado la luna como testigo y al otro el sol elevándose lentamente a iluminar un nuevo día. A tan sólo pocos minutos de dejar Banaue me vi envuelta del más hermoso paisaje: terrazas de arroz brillando bajo el sol entre verdes montañas que parecían no tener fin. Cuando creía que no había cabida a más belleza, llegamos a Batad y luego a sus cascadas. ¡Toda una obra de Dios! Ese mismo pensamiento llegó una y otra vez a mi mente, cada vez que arribábamos a un nuevo destino.
En Bontoc la belleza vino acompañada de una buena dosis de historia y tradición. Estuvimos pocas horas pero significaron mucho pues fueron mi encuentro con las raíces de la región y de su gente. Fueron una pequeña introducción a lo que pronto iba a experimentar y con lo que me iba a encontrar a tan solo pocas horas de camino: Sagada.
Sagada fue la conexión con el lado espiritual de la región. Allá pude ver muy de cerca algunas de las costumbres de los nativos; costumbres que tienen cientos de años. La belleza de la zona es indescriptible, una y otra vez uno se asombra de lo que los ojos ven. El lugar tuvo su buena dosis de aventura, caminando en senderos por montañas y valles y recorriendo pasadizos bajo tierra entre rocas y agua.
Esta fue una aventura única que reunió todo lo que siempre he buscado en unas vacaciones y me llevó a lugares increíbles donde pude experimentar la verdadera cultura filipina.